Wilfredo José Vicente Chirino nació el 5 de abril de 1947 en un poblado de Pinar del Río, en el occidente de Cuba.

A los 14 años, mientras crecía y experimentaba sus primeras historias de amor como adolescente, un suceso abrupto le arrancó de su terruño y desde entonces todo fue diferente.

El exilio, un nuevo idioma y la añoranza por una tierra a la que jamás ha vuelto le cambiaron para siempre. Quizás para convertir las añoranzas y los sueños en poesía comenzó a escribir canciones, y con ellas a musicalizar la banda sonora de generaciones que han tarareado sus letras, se han enamorado con sus versos y han bailado al compás de sus ritmos, en los que sones, baladas, rock, guarachas, pop y una infinidad de combinaciones sonoras se funden.

Es Willy Chirino, un cubano al que rebautizaron con un nombre “americano”, que jamás le ha hecho olvidar de dónde viene.

El cantor, al que los celadores de la censura pretendieron silenciar en su país de nacimiento porque los enfrenta desde la poesía y la clave y que, sin embargo, es uno de los autores que, de forma clandestina, se ha escuchado más en cuanta fiesta se organiza en cualquier hogar de Cuba.

Con cincuenta años de éxitos en su haber, la humildad y el interés por ayudar a otros le han unido en colaboraciones con figuras que recién comienzan, y en reciprocidad, esos jóvenes talentos le admiran y respetan como un ejemplo de que la fama no le impide continuar fiel a su naturaleza guajira.

Por eso, después de cinco décadas de disfrutar sus creaciones, Miami, la ciudad desde donde lanzó su voz al mundo, la urbe a la que le dio un sonido, la que tantos escogen para vivir y echar raíces, decide vestir sus mejores galas para celebrar a nuestro Willy Chirino.